Me he encontrado en las últimas semanas con un par de ejemplos de personalidades confrontadoras. Las llamo así por utilizar un epíteto constructivo y políticamente correcto, porque se me ocurren otro par bastante menos publicables. Por centrar el perfil, se trata de personas que, posiblemente, vieron demasiadas películas de tiburones de wall street en los años ochenta o, en su defecto, muchos más episodios de Gran Hermano de los recomendables (la dosis tóxica establecida por la OMS anda por los diez minutos más o menos). Son personas que deben llevar grabado el estereotipo del “ejecutivo agresivo” y piensan que el éxito está en ganar siempre a base de machacar a tus rivales. Last Man Standing. Empatía cero.
Suelen ser personas encantadas de haberse conocido. Absolutamente siempre deben llevar la razón en todo, y, como además su triunfo depende del fracaso de los demás, para ello tú debes estar equivocado, no les vale en ningún momento el “estoy de acuerdo“. Decir “ah, pues es verdad, tú tenías razón y yo estaba equivocado” les quema en la boca, les supone algún tipo de estigma, fracaso o vergüenza. He conocido el caso de algún confrontador que un día defiende vehemente “blanco” y, dos semanas después, le encuentras evangelizando encendido sobre las múltiples superioridades de “negro”, simplemente porque su confrontado defiende lo contrario.
Son personas que “no se callan ninguna” porque “ellos no son unos hipócritas” (diplomacia o educación para ellos son sinónimos de hipocresía), y además van por la vida muy orgullosos de ello. Alguno me ha presumido hace poco de que en su empresa todo el mundo le teme, porque él es así de terrible. Enhorabuena, chato. Pasmado me dejas.
Quien les lleva la contraria no tiene ni puta idea. Si se toma una decisión contraria a sus sugerencias y no funciona, “él ya lo había advertido“, pero si funciona es que “a estos inútiles les ha venido a ver la Virgen, que suerte han tenido“. No colaboran con los demás y no saben jugar en equipo, pero cuando alguien finalmente opta por seguir adelante sin ellos se enfurecen porque no se les ha tenido en cuenta y no se les ha consultado. Cuando les apartand e cargos de responsabilidad porque no tienen las necesarias habilidades interpersonales, se quejan de que “en esta empresa solo progresan los pelotas”, y cuando algún jefe tirano los escoge para algún puesto de este estilo suele ser porque quiere a alguien que maneje el látigo con soltura. Estupendo.
Saben más que tú de todo. No vayas a explicarles nada, porque ellos están convencidos de que eso no es así, o ya lo saben, o “eso que estás contando es muy bonito, pero cuando lo demuestres me lo creeré” o “si, eso puede que funcione en un mundo ideal e utópico, pero en esta empresa/este departamento/este sector/este planeta es imposible“.
En fin, para que seguir, seguro que todos tenéis ya en mente a vuestro “enanito gruñón” particular, que en base a mi experiencia deben de venir de serie con las oficinas, junto a la moqueta y el aire acondicionado. A estos señores nadie les ha contado que la teoría de juegos ya se encargó hace unas décadas de demostrar que la solución ideal a cualquier conflicto es aquella en que todos ganan, que las relaciones personales no son un juego de suma cero y que la inteligencia emocional ha rellenado libros enteros sobre las ventajas de desarrollar una relación con nuestros colaboradores, proveedores, clientes, e incluso competencia. Que pasamos más tiempo en las oficinas que con nuestras parejas, y que la vida es suficientemente larga como para que no merezca la pena llenarla de enfrentamientos y conflictos. Que la vida da muchas vueltas, y el proveedor que estás machacando hoy puede ser a quien tengas que ir a pedir empleo mañana. Que hay que escoger bien las batallas, y que no se trata de ganar siempre: ¿realmente quieres demostrarle a Peláez, de contabilidad, que sabes mil veces más que él de futbol, o te merece más la pena decir “cuanta razón llevas, Peláez, tu si que sabes, campeón” y que te trate mejor la próxima vez que vayas a discutir con él una factura de un proveedor o una nota de gastos?
Por último, una anécdota ilustrativa: hace años asistí a un curso sobre negociación y me tocó hacer un rol-play con un compañero. Él hacía de comprador y yo de vendedor. Los valores que nos habían estado inculcando durante todo el curso eran las relaciones ganador-ganador, la colaboración para hallar el punto de común beneficio, la persuasión, los planteamientos positivos… Pues bién, nada más empezar este chico se saca de la manga la siguiente frase:
Estamos muy cabreados. Nuestros colaboradores nos han dicho que vuestro producto es una mierda y que os han denunciado en varios sitios porque estáis estafando a vuestros clientes”.
Juro que no tenía nada que ver con el guión que le habían dado (tendríais que ver la cara que se le puso al tutor del seminario). Es simplemente que a este chico, confrontador de pro, en su empresa le premiaban precisamente por eso, por ser un déspota y un tirano con los proveedores, incluso si eso significaba inventarse mentiras sobre ellos: el caso era ganar y machacarlos. Me pregunto como le irá después de todo este tiempo. Me atrevo a pronosticar que no muy bien.
Actualización 24/9/2007: Raúl ya había escrito algo sobre el tema.
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Que cercano me suena este post…
1. Si les plantas cara, y les respondes con su misma agresividad, te llaman de todo. Ellos pueden meterte el dedo en el ojo pero tu debes tener las manos atadas a la espalda.
2. Y luego algunos van diciendo por ahí que se les han hecho mobbing. Y tu lo crees hasta que ves como se comporta el perseguido.
Conclusión y práctica: Como furto de mi educación judeocristiana, suelo poner la otra mejilla. O sea, les dejo pasar la primera, la segunda ya no. Ahí atizo más fuerte.